Tras un amplio régimen de sanciones, Rusia se enfrenta a la disminución de sus recursos y a la escasez en todo el país, lo que plantea interrogantes sobre el impacto económico a largo plazo y el descontento social. Según la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, Rusia es ahora el país más sancionado del mundo, con más de 13.000 restricciones impuestas desde la invasión de Ucrania en febrero de 2022.

La presión sobre la economía rusa no es sólo una cuestión de política internacional, sino que está empezando a calar en el tejido de la sociedad rusa. Konstantin Sonin, economista político de la Harris School of Public Policy de la Universidad de Chicago, declaró a Newsweek que, aunque las sanciones no destruyan la economía rusa, “ralentizan la producción y disminuyen el volumen de lo que Rusia produce”.

Además, una encuesta independiente sugiere que el apoyo del público a la guerra está disminuyendo a medida que el impacto financiero de las sanciones se hace cada vez más palpable. Incluso comentaristas afines al Kremlin como Ivan Trushkin han expresado públicamente su frustración. Durante un segmento en Mesto Vstrechi (Lugar de encuentro), Trushkin cuestionó la paradoja de tener acceso a divisas extranjeras pero no poder gastarlas libremente debido a las sanciones.

La eficacia de las sanciones es cada vez más visible, y afecta no sólo a la postura geopolítica de Rusia, sino también a su panorama interno. Los efectos en la vida cotiaidania hacen que los rusos se pregunten: ¿A qué precio?

Y las repercusiones van mucho más allá de los pasillos del Kremlin, ya afectan a la vida cotidiana de la población rusa.

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